Los enseñantes mantienen el control de todo lo que se habla en el transcurso "oficial" de la clase (Cazden, 1991) . Podemos considerar que este control puede tomar dos direcciones. En un extremo tendríamos la que sitúa al docente en el centro de la acción didáctica. En este caso éste controla lo que se dice, cuándo se dice y cómo se dice. Se trata de un comportamiento lingüístico jerarquizado, preocupado principalmente por la prescripción. En el otro extremo están los docentes que pretenden que la comunicación sea eje generador de pautas de comportamiento y de asimilación de saberes y ante cada situación intentan "establecer una negociación de intenciones y de significados que hagan posible el diálogo" (Molina, 1995) . En este caso el comportamiento lingüístico jerrquizado deja paso a la comunicación de experiencias, a la representación colectiva de objetivos y a la verbalización como elemento regulador del aprendizaje. Si bien podemos considerar que este último camino indicado es el que más ayuda a estructurar el conocimiento, no es el más sencillo de transitar.
El lenguaje que utilizan los profesores constituye una importante fuente de input para los alumnos (Nussbaum 1995). Si un uso adecuado de la conversación puede contribuir a configurar una actuación pedagógica más innvadora, más acorde con los planteamientos constructivistas del aprendizaje , es evidente que todos los docentes , tanto si enseñan en la educación infantil como si lo hacen en la universidad , deben reflexionar sobre los mecanismos que intervienen en una conversación y plantearse cuales son las estrategias más acordes no sólo para la transmisión de saberes sino,y sobre todo, para la comunicación en el aula.
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